La perspectiva del narrador constituye la contrafigura del propio escritor que desempeña el papel de cronista. Para ello, regresa al pueblo 27 años después del asesinato e intenta recomponerlo a pesar de tener un recuerdo muy borroso. Se caracteriza por el empleo de elementos reconstructivos como su incompleta memoria o su condición de testigo, en este caso, utiliza el testimonio de testigos: ‘Les obedecí a ciegas -me dijo’.
Las
manifestaciones de los testigos aparecen en frases breves de estilo directo:
‘Lo único que le rogaba a Dios es que me diera valor para matarme -me dijo’ que
mezcla con el indirecto con el fin de dar voces a otros personajes a través de
la suya. Cuando el narrador emplea su memoria opta por utilizar formas en
tercera persona adoptando así un enfoque omnisciente que dota al texto de mayor
objetividad: ‘insistieron’ ‘permitió’. En otros casos su doble naturaleza de
narrador y personaje lo empujan a usar la primera persona como fuente
subjetiva.
La narración
aporta objetividad, que se mezcla con la subjetividad de las descripciones:
‘tan aturdida estaba’ y con la sensibilidad subjetiva sobre el comportamiento
de los personajes presente en los fragmentos que presentan estilo indirecto:
‘La convencieron, en fin, de que los hombres llegaban tan asustados a la noche
de bodas...’ De la misma manera, el continuado sobrecruzamiento de puntos de
vista del narrador, unas veces como cronista otras como testigo: ‘Les obedecí a
ciegas -me dijo’ ‘la convencieron, en fin…’ producen una ruptura con la
realidad, característica propia del realismo mágico, rasgo del autor.
Esta
pluralidad de perspectivas puede conducir a una confusión general, sin embargo,
el punto de vista dominante es el del narrador, puesto que incluso es el propio
narrador en estilo directo quién recoge las citas de algunos testigos, en este
fragmento de Angela Vicario: ‘me dijo Ángela Vicario- Pero no me lo dio’.
En cuanto al
espacio y tiempo cabe destacar que sabemos por la prensa del país y por el
autor que los sucesos tuvieron lugar en Sucre (Colombia) el 22 de enero de
1951. A pesar de la omisión del año, la obra se caracteriza por la precisa
contextualización temporal del suceso: ‘le faltaban menos de dos meses para
casarse’. Destaca también que el autor se encuentra 23 años después del crimen
a Angela Vicario.
El discurso
retrocede y avanza la historia de modo que se aprecian procesos en
simultaneidad, apareciendo retrospecciones desde el comienzo de la obra. El
espacio adquiere fundamentalmente valores simbólicos que evocan la nostalgia
del propio autor, aunque en algunos casos son símbolos de libertad o muerte.
Alberto Vallejo González